NUESTRAS FUNDADORAS
Dos mujeres, hermanas, nacidas en Pedro Abad, pueblo cercano a la ciudad española de Córdoba, fueron nuestras fundadoras: Rafaela María (1850-1925) y Dolores, Porras Ayllón (1846-1916).
Criadas en una familia donde la fe cristiana se tradujo en la piedad y en las prácticas del buen samaritano: un ejemplo contundente fue la muerte de su padre, alcalde del pueblo, contagiado de cólera sirviendo a los enfermos de aquel lugar.
Su madre murió siendo ellas jóvenes. Esta pérdida también fue un hito en sus vidas que confirmó a cada una, en una respuesta al llamado de Dios a vivir el Amor en sus vidas en la vocación religiosa.
No tenían inspiraciones de fundadoras, pero habían recibido una educación poco habitual en mujeres del siglo XIX, y si bien fueron dóciles a las diferentes mediaciones de directores espirituales, tenían muy claro que nadie puede obligar a vivir una vocación a la que no son llamadas.

Concretar su llamada a la vida religiosa tuvo para ellas y el grupo originario de nuestra Congregación, un itinerario con obstáculos. Para vivir el carisma reparador, eucarístico y con espiritualidad ignaciana, con lo que se sentían identificadas. Por eso, ellas consideraban que el verdadero fundador del Instituto, fue Jesucristo, ya que “a fuerza de deshacerse planes, se realizaba el del Corazón de Jesús”. Así nació en 1877 nuestra Congregación.
Santa Rafaela María, Madre Sagrado Corazón en la vida religiosa, fue desde el inicio reconocida por su liderazgo espiritual, por su don de escuchar, por la capacidad de decir cosas importantes con sencillez y sabiduría, por vivir la amistad y la virtud de la humildad en grado extremo, sin perder nunca la alegría ni “odiar al mundo que la arrinconaba” cuando llegó el tiempo de la vida oculta, que en su caso fueron los últimos 32 años de su vida.

Dolores, Madre Pilar, en la vida religiosa, fue la ejecutora, la hermana mayor que encaraba y afrontaba las decisiones difíciles de sostener sus opciones en ocasiones con autoridades eclesiásticas. Fue la emprendedora en varias de las fundaciones del inicio, la que reclamaba a su hermana, ya Superiora General, hermanas para las obras que consideraba importante fortalecer. Este ímpetu tuvo derroteros que implicaron dolor y sufrimiento, sobre todo para su hermana.
Su fuerte experiencia de Dios le posibilitó reconocer sus errores y también ella asumir su tiempo de vida oculta sostenida por su “Amo”: “Bendito seáis, Señor, que tanta misericordia habéis usado con quien tanto te ha ofendido y despreciado“.
En las biografías de Santa Rafaela María y de la Madre Pilar, las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús reconocemos los rasgos de nuestro carisma, la colaboración con la gracia de Dios en medio de desencuentros y el testimonio elocuente de la fidelidad de Dios y de cada una de ellas.